EMERGENCIAS

Por Manuel Crespo


No puedo considerar una aportación mía las ideas que aquí voy a escribir. Lo que aquí se recoja no son más que reflexiones o en el peor de los casos versiones deslucidas de las ideas y descubrimientos que otros describieron antes y más certeramente de lo que pueda hacerlo yo. Estas líneas van a estar pobladas de citas imperfectas que no pretendo velar y que vendrán bastardeadas por la memoria. No quiero hurgar por la biblioteca en busca de la precisa palabra de los autores que me sirven de referencia. Pero aquí late el Grupo surrealista de Madrid, los surrealistas históricos, Rimbaud, Novalis… tantos otros.

Las imágenes que acompañan este texto y que he llamado “Emergencias” carecen de valor artístico. No tienen que ver con la estética, sino con una suerte de revelación. Son el testimonio de una de las infinitas irrupciones de lo sobrecogedor en el curso cotidiano de una vida, la mía, por lo común incapaz de desviarse del cauce acostumbrado que enceguece.

La realidad es una construcción cultural. Para poder vivir dentro de una mecánica lógica y salvífica, lo que acontezca debe ser coherente. Todo sucede de manera lineal, obedeciendo a la obligación de circular por un carril, ignorando lo que pudiera ser si la atención se fijara en los márgenes. De ese modo, cerramos los ojos a todo lo que no obedezca a una narrativa clásica de planteamiento, nudo y desenlace. Final consolador que se conoce de antemano.

Hace años el Grupo surrealista de Madrid pulula alrededor del concepto llamado “materialismo poético”. Recientemente, la publicación del libro Materialismo poético de Julio Monteverde por la editorial Pepitas de calabaza ha contribuido a esclarecer, que no agotar, alguna de las premisas de esta teoría. El materialismo poético es, en esencia, la práctica de la poesía por cualquier medio, más allá de la plasmación de su verdad en un poema escrito. Sabemos que el poema puede ser reducto de especialistas en corrientes estéticas, de malabaristas de la palabra, cuando lo cierto es que el fenómeno poético es una experiencia inserta en la vida, una ruptura de las reglas aparentes. Es la fiebre provocada por lo inexplicable.

¿Puede una impregnación del rocío en el asfalto convertirse en umbral de lo inefable? ¿Ser más que agua y hormigón? ¿Alzarse como presencia insólita, como el signo de una realidad potente y mágica crecida en la frontera del sentido? Sí, a condición de desprenderse de lo que llamaría un”exceso de personalidad”.

Confieso que las Cartas del vidente de Rimbaud fueron y son mi mapa del tesoro en la experiencia poética. Mi piedra de toque para destacar el oro de la ganga, lo sentido como verdadero frente al fuego artificial de los versos surgidos de dentro de la cabeza, tan ingeniosos como estériles.

La poesía es una experiencia del vértigo. La peligrosa sensación física y mental de que el sujeto que se conoce a sí mismo por su nombre da paso a otro que lo empuja. Un salvaje para el que todo lo que le rodea es nuevo y no busca comprenderlo, sino adentrarse en cualquier fenómeno con avidez. Ya se sabe: «yo es otro”.

Es entonces, cuando todos los sentidos “se desarreglan”, que se verifica un fenómeno que cuestiona las reglas en apariencia inmutable. Es un hecho objetivo una experiencia explosiva y verificable, capaz, repentinamente de ensanchar el campo de percepción hasta un ámbito en el que el alarido sustituye al razonamiento. Su lengua es “del alma para el alma”.