«OH, HIJOS ENFERMOS DEL MUNDO!»
Philip K. Dick y los androides que sueñan (Primera parte)
Artículo de Diego Luis Sanromán
And it is his dreams which will transform him
from a mere machine into an authentic human.
Philip K. Dick
Gurú involuntario de la psicodelia, referente a su pesar de la contracultura californiana de los años sesenta, esquizofrénico y/o místico, filósofo gnóstico, loco y lisérgico, Philip K. Dick (1928-1982) fue uno de los autores más descollantes de la Nueva Ola de la ciencia ficción de la segunda mitad del siglo pasado. Su obra, sin embargo, ha trascendido al fin los estrechos límites del subgénero literario al que dedicó casi toda su existencia, algo por lo que siempre luchó pero nunca consiguió mientras estuvo vivo.
En 1968 Dick entregaba a la imprenta una novela a la que, después de barajar varias otras opciones, daría el dilatado y desconcertante título de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Para entonces Dick ya había publicado decenas y decenas de relatos y de novelas y era un autor consagrado, al menos hasta el punto en el que podía considerarse consagrado un escritor de ciencia ficción en los Estados Unidos de la época [1]. El libro se adelantaba en algunos años a lo que después se conocería como ciberpunk y, como todos los suyos, constituía el soporte literario de las preocupaciones teológicas y existenciales que lo inquietaban en aquellas fechas. En este caso, se trataba de una trágica indagación sobre la esencia de lo humano. ¿Qué significa ser humano?, tal era la cuestión que se planteaba Dick en la novela. ¿No seremos acaso sino androides que sueñan?
El mundo del cine se interesó pronto por el texto, pero su plasmación en forma de película no llegaría hasta 1982, el año precisamente en el que el escritor moría de un ataque cardíaco sin haber aún cumplido los cincuenta y cuatro. Cuando Blade Runner se estrenó en salas, Dick ya no estaba allí para verlo. Ni tampoco para asistir a todo lo que vendría después: una veintena de películas, entre cortos, largometrajes y series de televisión, más o menos inspiradas, basadas en obras de su autoría, y el reconocimiento unánime de la película de Ridley Scott como una de las grandes obras maestras del cine de ciencia ficción de todos los tiempos. La aparición, en suma, de un mundo cada vez más philipdicksiano.
Lo que el lector podrá encontrar a continuación es una reflexión sobre la novela de Dick que se sustenta en tres hitos diferenciados: las entrevistas que el escritor concedió en los últimos meses de su vida y que tienen precisamente como tema la adaptación cinematográfica de Sueñan los androides…; su conferencia para el Instituto de Arte Contemporáneo de Londres del año 1975, en la que desarrolla los elementos teóricos –científicos, teológicos y filosóficos- que sirvieron de base a su ficción de 1968; y por supuesto, la propia novela, que ocupa –como no podía ser de otro modo- la parte central y más extensa de este breve ensayo.
Philip goes to Hollywood
“Tendrían que matarme y atarme al asiento de mi coche con un sonrisa pintada en la cara para hacer que me acercase a Hollywood”. Se ve que a Dick no le gustaba Hollywood, aunque también Hollywood tardó en encontrarle el gusto a Dick. Desde su punto de vista, Hollywood era Babilonia y sus habitantes viles comerciantes que, al igual que en la ciudad bíblica, se dedicaban al tráfico de perlas y marfil, pero sobre todo a la compraventa de almas humanas. Así que a Dick no le gustaba Hollywood, pero terminó por gustarle Blade Runner. Al final, a pesar de todo, tras mil y una vicisitudes.
Dick narró la pequeña odisea que condujo a sus ovejas eléctricas hasta el redil fílmico de Blade Runner en varias entrevistas realizadas a lo largo de 1981, cuando ya había leído tanto el guión original de la película como las versiones revisadas, pero sin haber visto todavía nada de lo filmado. En agosto de ese año le cuenta, por ejemplo, a James Van Hise cómo los primeros interesados en llevar al cine ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? fueron en realidad Martin Scorsese y Jay Cocks. A pesar de ser un autor que ya contaba con una extensa bibliografía y de haber sido laureado en 1963 con el premio Hugo, era la primera vez que las gentes del cine se acercaban a él. Pero Scorsese y Cocks eran demasiado jóvenes, demasiado inexpertos, y –lo que es más importante- seguramente no contaban con los recursos económicos necesarios, con lo que el proyecto quedó abortado antes de que llegara a ponerse en marcha.
Quien sí consiguió hacerse con los derechos de adaptación del libro fue el ex agente literario Herb Jaffe, quien dejó en manos de su hijo Robert [2] la elaboración del guión. En 1973 ya estaba lista la primera versión. Cuando Dick la recibió le pareció tan primitiva y burda que pensó que lo que le habían hecho llegar era un mero borrador y se ofreció para elaborar el guión de rodaje. Robert Jaffe se reunió con él y le confesó que se trataba del guión definitivo y que aquello era todo lo que había. “Le dije que era tan malo –recuerda el escritor- que me gustaría saber si quería que le diese una paliza allí mismo, en el aeropuerto, o prefería esperar a que llegáramos a mi apartamento” [3]. Jaffe había transformado su novela en una comedia, en una parodia al estilo de Superagente 86, y además se sorprendía de que el autor pudiera tomarse tan en serio su trabajo. Al fin y al cabo, no era más que un escritorzuelo de ciencia ficción un tanto flipado y con ínfulas de intelectual.
Pero entonces llegó Hampton Fancher. Fancher era otro californiano –digamos- peculiar. Siendo aún adolescente había abandonado los estudios para largarse a España y convertirse en bailaor de flamenco bajo el seudónimo de Mario Montejo. Había regresado a los Estados Unidos a comienzos de la década de los sesenta y sido un poco de todo en el negocio del audiovisual, desde actor de televisión hasta cineasta underground. La novela de Dick cayó en sus manos de forma casual cuando Jaffe aún pugnaba por sacar adelante su proyecto y consideró que aquello podría ser el punto de partida de una buena película de ciencia ficción. En algún momento reconocería, sin embargo, que ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? no le había gustado demasiado, pero que le pareció un texto con posibilidades comerciales.
En 1977 Herb Jaffe dejó el campo libre y un año después un equipo encabezado por Fancher y el actor Brian Kelly se hacía con los derechos de adaptación de la novela. En principio se pensó en Robert Mulligan como director y en Robert Mitchum como protagonista, interpretando el papel de Rick Deckard. Michael Deely, que acababa de terminar El cazador (The Deer Hunter, 1978) con Michael Cimino, tomaría las riendas de la producción, y para marzo de 1980 ya había conseguido de Fimlways Pictures una financiación de unos cinco millones de dólares. Como es sabido, Mulligan pronto sería sustituido por el cineasta británico Ridley Scott, que venía de cosechar un éxito notable con su película de terror intergaláctico Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979). A partir de ese momento, la tarea de Fancher consistiría básicamente en reescribir el guión de la película bajo las directrices de Scott. Entonces todavía se titulaba Dangerous Days.
Tras su primera experiencia con los Jaffe, Dick sintió que se abría una brecha insalvable entre Hollywood y él. No quería saber nada de los peliculeros. En la entrevista con Van Hise llega a afirmar que ceder tu obra a la gente del cine es como “pagar por ver cómo violan a tu hija” [4]. Lo que desconocía es que Hollywood, por su parte, tampoco quería saber nada del escritor. Los días peligrosos discurrían sin que él se enterase. Nada sabía de la lucha de Fancher por transformar su libro en un producto cinematográfico viable, ni de los esfuerzos de Deely para conseguir el capital necesario para hacerlo realidad, ni de la implicación de Ridley Scott en el proyecto. De no ser por Herb Jaffe, que le telefoneó para darle la enhorabuena por la noticia que acaba de leer en un periódico hollywoodiense de negocios, nunca se habría enterado de lo que estaban maquinando a sus espaldas. Las cosas, pues, no empezaban bien. Y aún empeorarían cuando le hicieran llegar el guión de Fancher y se enterase de que Scott ni siquiera se había dignado leer la obra original [5].
“Parece ser que Fancher tenía la sensación de que ni él ni su trabajo me parecían gran cosa –reconoce Dick-, y bien sabe Dios que es verdad: su guión no me parecía gran cosa” [6]. Desde su perspectiva no era más que era una torpe mezcla de Philip Marlowe y Las esposas de Stepford (The Stepford Wives, Bryan Forbes, 1975). Para colmo de males, Dick escribió un artículo sobre la ciencia-ficción cinematográfica para la SelectTV Guide en el que señalaba que había leído el guión de la película y que no era más que un estridente choque entre androides y humanos haciéndose mutuamente pedazos. Además criticaba duramente Alien, la anterior cinta de Ridley Scott, a la que consideraba una simple película de monstruos y naves espaciales en la que la falta de ideas nuevas se había suplido con un abrumante despliegue de efectos especiales. Tras leer las primeras versiones del guión, temía que algo semejante pudiera pasarle a ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
Y entonces llegó David Peoples. Aunque nacido en Middeltown, Connecticut, Peoples era un chico de Berkeley como Dick, y para más inri graduado en Literatura Inglesa por la prestigiosa universidad californiana. Ya había escrito cinco guiones antes de conseguir vender el primero. Impresionado por uno de esos guiones sin producir, Tony Scott se lo recomendó a su hermano Ridley, que estaba buscando un escritor de reemplazo para Hampton Fancher [7]. La opinión de Dick con respecto al guión cambió cuando David Peoples se incorporó al equipo artístico de la película y escribió una nueva versión. El nuevo libreto estaba en mucha mayor consonancia con el libro, tal vez porque Peoples lo había releído y lo había tenido en cuenta para llevar a cabo su revisión [8]. La historia, bien es cierto, no era la historia de las ovejas eléctricas, pero era “un argumento eficaz y coherente” –reconoce Dick-, lleno de sutilezas y matices, y con una gran carga dramática que no descuidaba las cuestiones de orden intelectual. “Es un guión muy maduro y sofisticado” [9].
En lo que respecta a la cuestión de la fidelidad, Dick reconoce en su entrevista con Van Hise que el libro había sido transferido al lenguaje cinematográfico esencialmente intacto, y aquí la palabra clave es ese adverbio. No se trataba de una traducción escena por escena –argumentaba-, algo que no creía que pudiera hacerse. “Ni siquiera creo que sea deseable, por no hablar de que sea factible”. Sirviéndonos de una analogía que sin duda gustaría a Dick, podríamos decir que, en el proceso de adaptación cinematográfica de una obra literaria, se produce una suerte de transubstanciación que necesariamente tiene que afectar al material originario, y en esto Blade Runner no era ninguna excepción. “Debo admitir que en ciertos aspectos Peoples mejoró el libro, pero no quiero enfatizar demasiado este punto [Risas]. […] Cogieron un buen libro e hicieron un buen guión, y los dos se refuerzan mutuamente; ahora ya no se pelean entre ellos” [10]. En otro lugar, incluso llegaría a afirmar que el guión y la novela constituían las dos mitades de un mismo meta-artefacto, de forma que la película podía servir como una lente para comprender mejor su fuente originaria y al mismo tiempo como un espejo para estudiarnos mejor a nosotros mismos [11].
Las inquietudes que habían impulsado a Dick a escribir su novela y las que habían impelido a los guionistas en el momento de traducirla al lenguaje audiovisual coincidían en lo esencial. Pero ¿qué es lo esencial? De nuevo en su entrevista con Van Hise, Dick recuerda que en el origen de la novela se encontraban sus investigaciones sobre los nazis para escribir El hombre en el castillo, pero también y sobre todo la fuerte impresión que le había causado la lectura a finales de la década de los cuarenta del diario de un miembro de las SS alemanas. En él había una frase que no había conseguido quitarse de la cabeza: “Los llantos de los niños que se mueren de hambre no nos dejan dormir”. “Fue entonces, en los cuarenta –aclara Dick-, cuando nació en mí la idea de que hay una bifurcación dentro de nuestra especie, una dicotomía entre lo verdaderamente humano y aquello que imita lo verdaderamente humano, y cuando vi esas fotos de Rutger Hauer pensé: “¡Cielo santo, aquí lo tenemos de nuevo!” [12]. Eso que tiene apariencia humana pero no lo es, que nos engaña cruelmente sobre su auténtica naturaleza, es para Dick el androide. O el replicante, en la acertada traslación de Peoples.
Ciertos elementos básicos del libro habían desaparecido. Por ejemplo –recuerda Dick-, se había eliminado el simbolismo del animal vivo frente al animal artificial, pero los dos temas fundamentales e interconectados de la novela seguían presentes. El primero de esos temas es la esencia de lo humano y cómo podemos distinguir a ese ser humano esencial de lo que simplemente se hace pasar por humano. El segundo es un tema eminentemente trágico que podría formularse de la siguiente manera: si luchas contra el mal, acabarás convirtiéndote en el mal, y esta es una maldición ineludible. Para retirar a los androides/replicantes, Deckard debe deshumanizarse y embrutecerse –o mejor, cosificarse-, y sin remedio este proceso lo acerca cada vez más a sus enemigos seudohumanos. El gran mérito de Peoples consistiría en haber enfatizado el hecho de que también existe una evolución en sentido inverso en el caso de los replicantes. “Así que ahora tenemos a Deckard que se deshumaniza cada vez más y a los replicantes que cada vez se hacen más humanos, y al final se encuentran y la diferencia desaparece. Pero esta fusión de Deckard y los replicantes es una tragedia”[13]. Esta tragedia seguiría interesando a lo largo de los años a Dick, que le dedicaría sendas conferencias en la primera mitad de la década de los setenta. De la última de ellas hablaremos un poco más adelante.
(Continuará)
[1] A este respecto, resulta muy interesante lo que Dick dijo en una entrevista concedida en 1977 en la ciudad francesa de Metz. El vídeo completo está disponible en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=KGyhT5nVsEU [Cit. 08/01/2017].
[2] Ambos llevarían poco después al cine la novela de Dean Koontz Demon Seed (Engendro mecánico, Donald Cammell, 1977), otra historia de horribles hibridaciones entre lo humano y las máquinas inteligentes.
[3] Philip K. Dick. The Last Interview and Other Conversations, Edited and with an introduction by David Streitfeld, p. 87. Melville House Publishing, New York, 2015.
[4] Loc. Cit., p. 89.
[5] Philip K. Dick on Blade Runner: “They Did Sight Stimulation On My Brain”, Gregg Rickman, p. 105. Texto incluido en Retrofitting Blade Runner: Issues in Ridley Scott’s Blade Runner and Phillip K. Dick’s Do Androids Dream of Electric Sheep?, Judith B. Kerman (Ed.), The Universtiy of Wisconsin Press, Madison, 1997.
[6] Philip K. Dick. The Last Interview and Other Conversations, p. 89.
[7] Blade Runner, Miguel Ángel Prieto, p. 53. T&B Editores, Madrid, 2008.
[8] Algo que, sin embargo, desmentiría el propio Peoples en alguna entrevista. En realidad se había limitado a revisar el guión de Fancher siguiendo las indicaciones de Scott. Cf. Philip K. Dick on Blade Runner: “They Did Sight Stimulation On My Brain”, p. 106.
[9] Philip K. Dick. The Last Interview and Other Conversations, p. 91.
[10] Ib., p. 93.
[11] “There’s Some of Me In You”: Blade Runner and the Adaptation of Science Fiction Literature into Film, Brooks Landon, p. 92. Texto incluido en Retrofitting Blade Runner: Issues in Ridley Scott’s Blade Runner and Phillip K. Dick’s Do Androids Dream of Electric Sheep?, Judith B. Kerman (Ed.), The Universtiy of Wisconsin Press, Madison, 1997.
[12] Ib., p. 96.
[13] Ib., p. 99.