LA CIUDAD DE LOS NÓMADAS

Miguel Casado



Por Esther Peñas

Una dialéctica sin síntesis

La ciudad de los nómadas (Libros de la Resistencia) es un prontuario de constelaciones. Pareciendo que habla de este o de aquel libro, que también, va trazando un mapa de lecturas en el que los distintos títulos, personajes y autores convocados se estremecen unos con otros, de alguna manera dialogan, se responden, y en cualquier caso vibran por simpatía como instrumentos de cuerda sonando al unísono. 

Miguel Casado habita los libros sobre los que escribe.

Cuarenta y nueve artículos publicados entre México y España. La ciudad de los nómadas. Textos que hablan de otros textos desde la altura del ojo, es decir, en perspectiva. Alejados del academicismo solemne, campanudo y muerto, sobre todo muerto, que tan frecuentemente acampa en la crítica. Son textos en los que el autor no solo detecta, descubre, ve cosas, sino que las siente. De ahí la vida de estos textos, que contienen la experiencia humana en relación con la lectura. Y belleza. O mejor: la tranquilidad de espíritu que acompaña a la belleza.

Son textos, los de Miguel, en constante dialéctica, de sí (de su memoria, de la memoria) con el libro o el autor o el personaje en el que repara, una dialéctica en la que la interpretación es una manera de sumergirnos en la apertura, más allá, claro, de la descripción exhaustiva de lo visible. Una dialéctica sin síntesis, en la que lo ilimitado, cuanto inauguran estos pensamientos, estas ideas, por más lejos que lleguen, resulta la forma específica del sentir. Una dialéctica entre lo próximo y lo lejano que nos ubica en una espacialidad de alguna manera indecible. La dialéctica de la mirada activa.

Miguel Casado habita los libros sobre los que escribe.

La ciudad de los nómadas es una edición revisada y ampliada de un volumen ya existente. Por sus páginas (a veces hogueras, a veces templos –laicos, pero templos- autopistas sentimentales en cualquier caso emboscadas de versos), por sus páginas, digo, encontramos a tantos autores que sería una insensatez tratar de convocarlos. De cabeza me acuerdo de algunos recurrentes en el decir de Miguel Casado, Olvido García Valdés, Gamoneda, Ullán, Pessoa, Michaux, Pound, Agamben, Conrad, Lope de Vega, Bretón, Simon Weill, Marx, Sánchez Ferlosio, Carlos Piera… cientos más, recuerden que hablé de constelaciones.

Quizá tras su lectura pueda parecernos que no todos los nombres o los títulos tienen el mismo diámetro, importancia o luminosidad, pero cada uno de ellos es imprescindible para formar la figura de conjunto. Además, son textos que no son un mero reflejo de aquello sobre lo que hablan, sino que reflexionan, por tanto alumbran, estimulan. Como comadronas del contagio entusiasta y lector.

Mientras releía La ciudad de los nómadas tenía la sensación de que cada uno de los artículos (o de los sueltos, como se estilaba decir en la antigua Castilla) inauguraba un lugar en el que refugiarme, y era un refugio, el que propiciaba, expuesto, firme, abierto a la perplejidad y al tiempo íntimo. Intimísimo. Por supuesto privado, no por oposición a lo público, sino privado como lugar de intimidad opuesta a la hipercomunicacón y el consumo, que diría Foucault. No podía evitar terminar la lectura con la imagen del místico Jacob Böhme comprendiendo el misterio del universo en la luz del sol reflejada en su plato. Por la aparente sencillez con la que están pespuntados los textos, y la complejidad que encierran. Me emocionaba leyendo estos textos acaso porque hoy no somos muchos los que orientamos el ojo hacia el hallazgo. Y Miguel Casado lee de este modo, buscando ese rayo de sol en el plato de peltre. Haciendo de ese modo que todo, siquiera un instante, tenga sentido. Casado lee con esa mirada atenta de la escucha, antítesis de la mirada neurótica que procuran las pantallas. Somos la sublimación de aquello que soñó Marinetti en su Manifiesto Futurista hace décadas. Somos, en el peor sentido de la palabra, una comunidad de distraídos. Pero la suya, la de Miguel, es una mirada atenta, resistente al maisntream (empleo con conciencia esta palabra bárbara para designar al amo).

Una mirada activa que, como la poesía «busca una fisura por la que, en el sistema social y codificado de la lengua, aparezca de pronto algo nuevo, singular, que emita su propia energía». Una mirada que permite lecturas que conmueven y nos cuestionan, nos dicen y nos descubren. Porque la lengua, esto ya lo saben, es espacio fundamental de lo político. El filósofo Paolo Virno ha llegado a definir la nuestra como «la época en que se ha puesto a trabajar al lenguaje mismo, en la que este se ha vuelto trabajo asalariado».

Miguel Casado habita los libros sobre los que escribe.

«La vida se va haciendo en los ojos, reteniéndolos, trayendo tal vez del mundo de la tipografía el peso del detalle», escribe a propósito de Vicente Rojo. Inmensa la energía de la escritura de Miguel, posible solo desde el extrañamiento, extrañamiento «con que se cargan las cosas liberadas de su utilidad» únicamente posible desde la búsqueda sin pretensión.

La ciudad de los nómadas habla de maestros, de amigos, de compañeros de viaje o de vida, nos descubre nuevas geografías (la maravilla haber conocido en mi caso –sin duda imperdonablemente– a Luis Santana o a Arcadio Pardo, pongo por caso), va sembrando anécdotas, versos, ideas, metáforas, argumentos… pero historias, sobre todo historias que nos recuerdan que cada uno de nosotros somos el producto de eso mismo, de cientos de historias que, por cierto, nos han precedido.

Son artículos breves, de un par de páginas, con una brevísima bibliografía al final de cada uno de ellos.

Celebro este libro porque, como vengo diciendo de una u otra manera desde que comencé a escribir este textito, es pura vida, y a veces, cuando uno mira alrededor tiene la sensación de que más que vivir la vida, lo que se vive es una antología de la vida. Deberíamos ser más Ulises, arriesgando cuanto tenemos, es decir, la vida misma, por escuchar el canto de las sirenas, y no tanto rezagados autómatas colocándose cera en los oídos. 

Se lee para olvidar, decía Cioran. Sin desdecir al maestro, también se lee para comprender y comprendernos un poco más, un poco mejor. Se lee para ser herido, porque para qué leer un libro que no nos hiere; se lee para vivir más; se lee, también se escribe, aunque el filósofo Lyotard, como nos recuerda Casado, asegurada que «nadie sabe escribir. Cada cual, sobre todo el más grande, escribe para atrapar por y en el texto algo que él no sabe escribir. Que no se dejará escribir».

Acaso por esto mismo Miguel Casado habita los libros sobre los que escribe.