ALQUIMIA Y POESÍA

Por Bruno Jacobs


El espíritu poético es probablemente tan antiguo como el hombre mismo. Pero no se ha formulado siempre en forma teórica, ni trazado sus tendencias inherentes, sus propiedades latentes y las perspectivas que abre y hacia las que se mueve.

La continuidad del pensamiento poético progresó a través de rupturas y saltos, olvidos y nuevos encuentros con fenómenos pasados. Es característico, por ejemplo, que los románticos buscaran inspiración en tendencias reprimidas y, entre otras, en las llamadas ciencias herméticas, que a su juicio tenían elementos en común con sus aspiraciones. El impacto del romanticismo y el posterior movimiento que se inició en la esfera de la poesía también implican que podamos distinguir en la actualidad las diversas expresiones en el pasado del espíritu poético con ojos diferentes, o con más lucidez. Esa mejor conciencia hace que podamos reconocerlo en otros ámbitos distintos a los límites a veces demasiado estrechos del poema. Por ejemplo, no fue por retórica, ni siquiera por provocación que un Giorgio de Chirico, un Marcel Duchamp y los surrealistas eligieran definir su obra creativa según criterios poéticos y pudieran declararse poco interesados en el «arte». Por lo tanto, también podemos mirar atrás a fenómenos anteriores, incluyendo la tradición alquímica, con una visión más amplía y no rechazarla sin más como hasta hace poco, como una forma ingenua y primitiva de química o como meros productos místicos arbitrarios. Lo que rápidamente llama la atención del lector contemporáneo de textos alquímicos, sobre todo los más clásicos, es precisamente (y por lo general) la muy particular, aunque diversa naturaleza poética de esos escritos. Este antiguo arte también se refiere y a menudo se identifica con el ars poetica. (1), y hay razones para creer en cierta interacción entre éste y otras expresiones poéticas en el pasado, sobre todo durante la Edad Media (2).

De hecho, hay una diferencia significativa entre química y alquimia. La química moderna se interesó principalmente en aquello en lo que el mundo consiste. A saber: estructuras, sustancias y materia, es decir, sobre todo en lo cuantitativo. Mientras que la alquimia se concentró en los patrones, la forma, el orden y no menos en las relaciones, por tanto en lo cualitativo. Si, en general, la poesía moderna tiende a subrayar lo segundo, lo hace muchas veces con la intención de alcanzar nuevas síntesis. En cuanto a la alquimia antigua, se ocupa también de sustancias y materia, la precondición de la Obra. Además, es una sustancia «sucia», «baja» y «despreciada» la que se debe buscar en el montón de estiércol que es el punto de partida de este arte sublime. Se trata en gran medida de contextos y dechados, pero el alquimista que duda antes del trabajo de laboratorio no es digno de ese nombre. No es parte de la esencia de la alquimia –tampoco de la poesía– forzar, disecar o «deconstruir» la naturaleza. Es más bien una alabanza de la materia. El alquimista no crea nada, sino que intenta ayudar a la naturaleza de una manera humilde en sus propios procesos. Es interesante observar, en este contexto, que algunas ramas de la ciencia contemporánea vuelven cada vez más a las condiciones generales y, muy a menudo, se tiñen de asombro poético y están abiertas a perspectivas poéticas.

Splendor Solis (manuscrito, 1582)

A diferencia del «porqué» racionalista, el pensamiento poético es todo este ámbito regido por la palabra «cómo», es decir, por las conexiones abiertas y libres de la analogía, las imágenes y asociaciones vivas del imaginario, más que por la lógica y las abstracciones de la lógica. Es la tradición del pensamiento analógico y simbólico, la comprensión del universo como una simbiosis universal y del mundo como entidad viva que, sin embargo, presupone diversidad y complementariedad. Como, por cierto, sucede con la noción del lenguaje como una copia y una correspondencia del universo, la que constituye el cimiento tanto de toda verdadera poesía como de la alquimia. La analogía crea diferencias y contrastes en la comunicación, destaca el juego de las semejanzas mejor que el de las identidades – son esas chispas que reúnen cosas aparentemente dispares, no elimina la distancia, sino que reconcilia las diferencias -. Una cosa es capaz de ser una metáfora de otra; la analogía es en su esencia unificadora y en su verdad, erótica. «La analogía es el alma de la naturaleza», declaró el utopista y poeta del siglo XIX Charles Fourier que, lógicamente, puso «las atracciones pasionales» en el centro de todo su sistema social y de su cosmología. Es esa antigua forma de pensar que sobrevivió al paganismo y fue transmitida tanto por la alquimia como por el neoplatonismo renacentista y por el hermetismo de los siglos XVI y XVII, y que acabó ramificada en otras corrientes que tomaron nuevo ímpetu a través del romanticismo y de la poesía moderna. Se convirtió en un medio de protección natural –puesto que el pensamiento en efecto es espontáneamente analógico– y por lo tanto sostenible, y en un contraveneno tanto frente al dogmatismo cristiano como al predominio creciente del unilaterialismo de la razón crítica: un modo de ver el mundo antiguo y a la vez muy moderno. Debemos tener en cuenta que la alquimia constituye una tradición muy antigua, pero que fue importada en nuestros países. Su rápido florecimiento en la Europa medieval sugiere que se correspondía con la sensibilidad y la disposición espiritual de esos tiempos, pero tal vez también llenó un vacío después de la desaparición de culturas más antiguas –como por ejemplo la céltica en una parte de Francia (3).

Aún más atrás se vislumbra el mundo de los mitos, donde las fronteras entre poesía, mitología y magia se vuelven cada vez más borrosas, pero que es el suelo natal común a la vez de la poesía y de la alquimia.

La pregunta sigue siendo: además de la antigua tradición analógica, ¿qué provocó que la mirada de algunos de los más audaces poetas de los siglos XIX y XX se encontrara y creyera reconocer la sabiduría hermética del pasado?

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El carácter poético de la tradición alquímica es un rasgo intrínseco que se caracteriza por una marcada, aunque variada continuidad. Pero debemos tener en cuenta que la vestidura (muy) poética en que muchos tratados se envuelven es sólo precisamente eso, es decir, un velo cuya función es ocultar ciertos valores esotéricos, a diferencia de la poesía moderna, que por lo general no ambiciona ocultar su testimonio, sino que aspira a la incondicionalidad. Aunque las palabras son meros puntos de apoyo para otra cosa, y aunque se requiere un cierto grado de comprensión poética –o más bien una mente poética– para asimilar lo poético, la poesía es en su mayor parte de naturaleza a priori abierta. Es totalmente distinta a la alquimia. Si ésta consistiera en una serie de fórmulas transmisibles en el sentido usual, por ejemplo, sus secretos habrían sido desvelados después de hace mucho tiempo. Por lo tanto, la esencia alquímica no es transmisible por medios racionales, sino que requiere, según las fuentes alquímicas mismas, una disposición espiritual bien preparada y entrenada y la agudización de las sensaciones en armonía con los principios de la naturaleza que incorpora el estudiante en su totalidad, puesto que «el observador mismo está envuelto en el sistema que observa» como René Alleau indicó (4). Es sólo después de largos estudios que el estudiante empezará a ver, leer y reconocer ciertos patrones. Los tratados de alquimia carecen por completo de carácter «pedagógico», sin embargo transmiten conocimientos sobre el camino hacia el Magisterio, aunque de maneras o en un orden muy diferentes. Es la misma naturaleza de este conocimiento la que exige un lenguaje propio, un simbolismo propio y, a continuación, un enfoque diferente en el que los modos de ver analógicos juegan, como ya he dicho, un papel central.

La similitud con la poesía en este nivel se manifiesta en que se alcanza una conciencia más elevada, o más bien, una «iluminación de la conciencia». «La alteración del equilibrio en el mecanismo lógico de la conciencia profana parece constituir el principio didáctico de la alquimia», señala Alleau, es decir, un equivalente del Caos del Magisterio alquímico. El alquimista de ayer y el poeta moderno siguen ambos un camino de iluminación. También comparten un interés común en lo que respecta al lenguaje. Una de las carecterísticas de la alquimia que siempre fue destacada por sus adeptos es el uso de la cábala fonética (el arte de las asociaciónes fonéticas), es decir, el llamado «lenguaje de los pájaros», frecuente en los escritos alquímicos y que, según la leyenda, formó la base de los idiomas como tales. Su origen se remontaría a Adán que lo habría aprendido y utilizado para nombrar a las criaturas y las cosas de manera correcta. Queda implícito en ello, por supuesto, el sentido intuitivo de que las palabras no son arbitrarias –la cábala fonética es, pues, un conocimiento altamente asociativo que estimula y activa otras formas de pensar en el estudiante diferentes a las aprendidas y lógicas, proporcionándole una herramienta importante para penetrar la naturaleza y por eso también los secretos del Magisterio. El lenguaje alquímico describe sólo en apariencia –toda la dinámica está subyacente–, pero no engaña esa dinámica. Esta preocupación por el lenguaje no está alejado de cierta nostalgia de un idioma universal, expresada entre otros poetas por Arthur Rimbaud y su contemporáneo Charles Cros. El alquimista Cyrano de Bergerac hablaba de un «lenguaje que se asemeja al pensamiento»; el surrealismo temprano lo llamó «pensamiento hablado». Se trata de la conquista para la poesía de una visión dinámica del lenguaje fundamentada sobre todos los recursos y toda la psique humanos, de esos principios de vida que el alquimista Agrippa llamaba furor. En otras palabras, es lo que los poetas modernos comprendieron antes de que el surrealismo se refiriera abiertamente, como ya dije, a esas fuerzas que siempre han jugado un papel tan importante en el advenimiento de lo imaginario en lo real: lo inconciente y lo irracional. El surrealismo temprano declaró su voluntad de conciliar la necesidad humana con la necesidad natural. Se trata de una aspiración compartida por la alquimia. No es a través de un lenguaje común que la alquimia y la poesía son familiares, sino más bien porque ambas exigen de la lengua algo más que ser meramente un medio de expresión y de comunicación utilitario. El alquimista y el poeta no tienen usualmente ningún lenguaje común. Si hay una especie de misterio poético, cuya clave el poeta puede obtener gracias a una revelación fundamentalmente irracional, esto no significa (ni siquiera para los especialistas como C.G. Jung) que tenga automáticamente acceso al «palacio cerrado del Rey», es decir, al núcleo de la Ciencia hermética. Sin embargo, tanto la búsqueda alquímica como la aspiración poética tienen, al menos implícitamente, el mismo objetivo: la elevación del ser humano de su propia alienación y miseria.

Atalanta Fugiens (Michael Maier, 1617)

Así la gran mayoría de los textos alquímicos constituyen variados testimonios de un espíritu fundamentalmente poético, aunque no fueron formulados por poetas en el sentido convencional de la palabra y no tienen intenciones de referirse a la poesía como tal, o sólo a ella. Expresan la aspiración a una especie de originalidad que es poética por naturaleza y de regreso a las fuentes. La verdad es que, en muchos casos, esos escritos están en fuerte contraste con la mayor parte de la poesía formal y de los estilos literarios dominantes de su época siendo a menudo mucho más vivos que ellos. Por lo tanto, no es en absoluto sorprendente que los autores de esos numerosos tratados dirigieran su mirada hacia el humus, hacia los oscuros poderes primordiales de la tierra y de la naturaleza, hacia el caos alquímico donde la vida misma y, por lo tanto, la poesía germinan.

Nos preocupa el vacío que pertenece al cosmos y a la naturaleza así como a la vida. Es eso lo que tratamos de explicar y llenar para bien o para mal, y lo hacemos, muy a menudo, con la ayuda de los sistemas convencionales, con racionalismo o positivismo, por una parte, o con misticismo, superstición o religión, por la otra. La antigua cultura alquímica constituye una respuesta que sin duda no puede excluir interpretaciones místicas, pero que se puede ver como esencialmente agnóstica o hasta pagana, a pesar de las referencias cristianas –además a menudo poco ortodoxas– inevitables en su época. Eso sí, con una estructura fundamental propia que se le escapa al novicio, de ahí su carácter enigmático. Lo que imaginamos, lo que nos gustaría creer y lo real permanecen como cosas separadas, así que la alquimia era quizás, después de todo, sólo una hábil, deslumbrante, y en la actualidad perdida artesanía de la mistificación, una mistificación de las mistificaciónes vacía de valores esotéricos y de «verdades» ocultas.

Lo esotérico sería, precisamente, que la existencia o no de tal suerte de valores fuera muy relativa, sin sentido real o quimérica, y la verdadera realidad de la alquimia como su propio mito.

La sabiduría de los más importante adeptos consistiría entonces en una visión desmitificada del cosmos. El mundo puede carecer de sentido, pero no tiene por eso que ser menos poético, tal vez todo lo contrario. Las complejas insinuaciones de la larga herencia alquímica, sus efectos, su impacto y su extraordinaria riqueza y hermosura se nos revelan especialmente como una rica disciplina y evidencia poética.

Notas:

(1) La misma palabra poesía se deriva del verbo griego poiein, «hacer ». Puede ser idóneo señalar que esta palabra es utilizada por el autor de uno de los documentos alquímicos más antiguos conocidos para describir la operación de transmutación. La palabra se repite también en la biología moderna en el término autopoiesis usado hace algunos años por Humberto Maturama y Francisco Varela, que denota «patrones de auto-renovación», o sea patrones de organización de organismos que se caracterizan por la producción y la transformación de otros componentes en sus redes. ¿No recuerda esto de alguna forma a la literatura y la iconografía alquímica?

(2) Véase Bernard Roger: À la Découverte de l’alchimie (Éd. Dangles, St-Jean-de-Braye, 1988) rico en ejemplos, según él, de la influencia alquímica en la antigua cultura popular de Francia.

(3) El mito celto del Grial es muy conocido. Sobrevivó además en contextos que no están muy lejos de los alquímicos.

(4) René Alleau; Aspects de l’alchimie traditionnelle (Éd. de Minuit, Paris 1953).